martes, 22 de septiembre de 2009

PoTC - Capítulo 8: Ejecución.

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Elizabeth Turner cocinaba para su pequeño hijo. Se encontraba impaciente por los pocos días que quedaban para reencontrarse con Will, y demostrarle su fidelidad y espera. Pero una cosa la tenía contenta por sobre todo: el pequeño Jack finalmente conocería a su padre.


De niño le surgía dudas a Jack Turner sobre su origen, y su madre debía esperar a que tuviera la edad suficiente para comprender los sucesos que la unieron y separaron de su padre. Hace poco menos de un mes, Elizabeth puso sentarse y explicarle a su hijo el por qué su padre no creció junto a él; las circunstancias de haberse convertido en el Capitán del Holandés Errante, sus aventuras junto a Jack Sparrow – a quién no veía desde que se despidió de él, aquella vez en el Perla Negra – y el origen aristocrático de Elizabeth.

Sin embargo, el pequeño Jack no sentía mucha curiosidad por el origen de su madre, ya que en el pequeño pueblo donde vivían no habría contacto alguno con la nobleza de la lejana Inglaterra. A Jack lo mantenía impaciente una cosa: conocer a su padre pirata. Muchas veces, en sueños, imaginaba su rostro, su temple y soñaba con que, algún día seguiría los pasos de su padre y le acompañaría enana eterna aventura por los mares. Sin embargo, el pequeño Jack sentía curiosidad por ese extraño pirata, aquel que desencadenó todos aquellos sucesos del pasado y que por una extraña razón nunca había conocido.



Esa tarde, Elizabeth contaba las horas para su próximo encuentro con Will; ¿Qué le diría?, ¿sabría de la existencia del pequeño Jack?, ¡la maldición de los 10 años se rompería por su devota fidelidad a él? Estas interrogantes torturaban la mente de Elizabeth Turner, quién se encargó por se madre soltera, de vivir en una localidad lo más alejada posible de Port Royal o cualquier otra ciudad que pudiera contactarla con Inglaterra, ya que por ser de origen noble, podrían intentar llevársela a ella y a su hijo, por ordenes de la corona.



Mientras Elizabeth ocupaba su mente en labores culinarias, unos golpes estremecieron la sala de la pequeña casa. Jack llegó rápidamente a esperar que su madre abriera la puerta. Elizabeth se encontró con una sorpresa: Sir Thomas Lawson y su asistente se encontraban a unos pasos del umbral de la puerta. El sirviente se Sir Thomas llevaba una canasta con frutas en una mano y en la otra un rollo de pergamino.

Sir Thomas estaba pulcramente vestido, ataviado con un traje azul con ribetes dorados y una camisa blanca. Elizabeth notó que no tenía la imagen de ser un soldado, pero si alguien muy importante.

- Señora Turner, disculpe las molestias. He venido a entregarle un pequeño obsequio de mi parte, por el incidente de hoy en la mañana, ¿me recuerda? – preguntó Sir Thomas a Elizabeth.


Ella miró con mucha detención al joven caballero, quien su elegancia destellaba en toda su presencia.


- Si, lo recuerdo. – respondió Elizabeth – Pero, ¿Cómo se enteró de mi nombre y de dónde vivo señor…


- Pero que torpe y descortés de mi parte – interrumpió Sir Thomas – Lawson, Sir Thomas Lawson para servirla, Señora Turner.


Sir Thomas realizó una reverencia con una propiedad muy elegante. Elizabeth ya había olvidado ese tipo de cortesías, aún así le ofreció su mano para que el caballero la besara.

- Pase Sir Lawson – invitó Elizabeth.



Sir Thomas entró. La sala era pequeña pero muy confortable, no estaba provista de muchos muebles, pero se encontraba cuidadosamente ordenada con manteles y mantas hechos por la misma Elizabeth. A Sir Thomas le llamó la atención unos cuadros que estaban al costado de la puerta; pinturas y dibujos de barcos en altamar, uno encallado en el otro por el mástil, bajo una feroz tormento y un remolino de agua que reposaba entre ellos.

Elizabeth les invitó a tomar asiento. Greg puso la canasta de frutas en la mesa y se quedó de pie junto a la puerta. Sir Thomas le pidió que le entregara el pergamino. Tras sentarse, Sir Thomas comenzó a hablar:


- Tuve el honor de conocer a su pequeño hijo en el mercado, como pudo percatarse Señora Turner. Los mismos locatarios me proporcionaron la información de su persona y donde usted reside, me imagino que tiene una vida muy apacible, ¿no es así?


- Por supuesto Sir Thomas – respondió Elizabeth – La vida aquí es ideal para criar a un hijo. Sin el ajetreo y problema de las ciudades.



Elizabeth calló un momento. Notó que Lawson se dispondría a hablar, pero ella se adelantó.


- No me ha dicho qué lo trae por aquí Sir Lawson. Si por disculpas se tratase, el incidente no resultó tan grave y las disculpas las pudo enviar su sirviente. – explicó muy educadamente, con voz segura pero no despectiva.- me imagino que existe un asunto de naturaleza diversa por lo que Usted esté aquí.



Sir Thomas sonrió. Su sonrisa era encantadora, juvenil y galante. Elizabeth no demostró cambios en su postura, sin embargo Sir Thomas siguió sonriéndole.


- Disculpe la falta de información Señora Turner, pero la verdad estoy de paso en las islas del Caribe, una misión especial de la Corona.



Elizabeth intentó dominar su curiosidad, teñida fugazmente por miedo a ser descubierta. Por lo cual, su mente vivaz comenzó a trabajar rápidamente, fabricando las respuestas adecuadas a las preguntas que eventualmente le haría Sir Thomas.

De pronto, el pequeño Jack se acercó a su madre. Elizabeth sonrió abrazándole por un costado.


- Jack, sé que conociste a Sir Thomas Lawson en el mercado, ¿verdad? – preguntó a su hijo, quién le respondió con un gesto afirmativo – Bueno, ha venido a visitarnos.



Sir Thomas le estrechó la mano a Jack y se le quedó viendo. El niño le sonrió amablemente. Luego de la presentación, Jack se volvió hacia su madre.


- ¿Puedo ir a buscar algo de agua al pozo, madre?


- Por supuesto Jack, pero entra de inmediato, ¿Si?


- De acuerdo. Dijo Jack saliendo estrepitosamente de la sala, dejando la puerta de la casa entre abierta.



Elizabeth dio señales a Sir Thomas para que siguiera con la explicación de su misión. Sir Thomas se quedó mirando a la joven un momento, su belleza no le era indiferente, y su atención podría ser una muy buena carta para jugar.


- ¿El Señor Turner no se encuentra? – preguntó Sir Thomas.


- Soy viuda, Sir Thomas. Mi marido falleció antes de que mi hijo naciera. – respondió Elizabeth, segura, para no generar sospechas.


- Cuánto lo siento, Señora Turner. Disculpe usted mi ignorancia al respecto, veo que mi comentario la entristeció un poco. – Elizabeth bajó su mirada, pero sonrió con un dejo de melancolía en son de disculpar a Sir Thomas.


- Como usted debe saber, – continuó Sir Thomas – hace diez años la East India Trading Company realizó una dura búsqueda y castigo a ciertos piratas que inflingían las leyes de la Corona. La reputación de ésta quedó manchada por los métodos usados por Lord Cutler Beckett, su administrador; quién encarceló, torturó y ahorcó a mucha gente relacionada con estos piratas.



Elizabeth, al oír el nombre de su antiguo enemigo, apretó sus manos contra sus piernas, en señal de dolor y malos recuerdos. Sir Thomas observó dicha reacción, pero continuó como si no la hubiese notado.


- Mi misión es localizar a la gente que huyó de su régimen y negociar ciertas indemnizaciones a costo de la Reina por la degradante situación en la que muchas personas fueron sometidas.



Elizabeth quedó pensativa, miró el rostro de Lawson, que aparentaba ser muy convincente, amable y encantador.


- ¿Y qué le hizo pensar a usted que yo tengo algo que ver con esas personas? – preguntó Elizabeth.


- Me disculpará usted nuevamente, Señora Turner. – respondió Lawson – Pero me acaba de mencionar que su esposo falleció hace años, por la edad de su hijo podría calcular que aproximadamente son diez. Además, esta estancia no se destaca por tener muchos recursos.


- Eso no fue lo que le pregunté, Sir Thomas. No creo que sólo con vernos en el mercado, pueda usted deducir de algún modo que tenemos algún vínculo con el hecho que me acaba de relatar o que nos relacionemos con alguien que ciertamente…


- Me dispensará nuevamente – interrumpió Sir Thomas – Pero la verdad es que no es por eso que me llamó usted la atención. Ciertamente cuando la vi en el mercado, además de notar que es usted una mujer muy bella, me percaté que tanto su rostro, su temple y sus formas no son propios de una campesina común y corriente.



Elizabeth comenzó a sentirse nerviosa. Notó que Jack aún no entró a la casa, pero se tranquilizó al escuchar su risa.


- No entiendo a lo que se refiere, Sir Thomas. Si no fuese una campesina, común y corriente como dice usted, no me encontraría viviendo aquí ni en estas condiciones.


- Ciertamente Señora Turner, es una posibilidad. Pero la causa de su precaria situación puede deberse a otra cosa. No tema, Señora Turner. Para no agobiarla me retiraré, si gusta podemos conversar y me podrá decir lo que ahora no quiere decirme, créame que mi presencia aquí no trae nada que la perjudique a usted ni a su hijo – mintió Lawson.



Elizabeth se puso de pie al segundo que Sir Thomas se aprestó a retirarse. Éste se despidió solamente con una reverencia y salió de la casa.

Absorta en sus pensamientos, Elizabeth, por primera vez en diez años, se sintió angustiada. Las dos posibilidades eran igual de peores que la otra. Su estancia en un lugar lejano le asegurara que nadie en Inglaterra se enterara de su existencia; después que su padre murió a manos de Lord Beckett se presumió también la muerte de ella. Pero también le daba una garantía de que no la vincularan con la piratería, aunque para esa época la actividad ya estaba menguando.



Después de unos minutos, Elizabeth cayó en cuenta que Sir Thomas se retiró sin su sirviente. Se puso de pie rápidamente y salió de la casa buscando a su hijo.

- ¡Jack! ¡JACK! – gritaba Elizabeth.

Después de buscar por los alrededores, Elizabeth Turner comenzó a llorar. Se habían llevado a su hijo.

 

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