martes, 22 de septiembre de 2009

PoTC - Capítulo 8: Ejecución.

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Elizabeth Turner cocinaba para su pequeño hijo. Se encontraba impaciente por los pocos días que quedaban para reencontrarse con Will, y demostrarle su fidelidad y espera. Pero una cosa la tenía contenta por sobre todo: el pequeño Jack finalmente conocería a su padre.


De niño le surgía dudas a Jack Turner sobre su origen, y su madre debía esperar a que tuviera la edad suficiente para comprender los sucesos que la unieron y separaron de su padre. Hace poco menos de un mes, Elizabeth puso sentarse y explicarle a su hijo el por qué su padre no creció junto a él; las circunstancias de haberse convertido en el Capitán del Holandés Errante, sus aventuras junto a Jack Sparrow – a quién no veía desde que se despidió de él, aquella vez en el Perla Negra – y el origen aristocrático de Elizabeth.

Sin embargo, el pequeño Jack no sentía mucha curiosidad por el origen de su madre, ya que en el pequeño pueblo donde vivían no habría contacto alguno con la nobleza de la lejana Inglaterra. A Jack lo mantenía impaciente una cosa: conocer a su padre pirata. Muchas veces, en sueños, imaginaba su rostro, su temple y soñaba con que, algún día seguiría los pasos de su padre y le acompañaría enana eterna aventura por los mares. Sin embargo, el pequeño Jack sentía curiosidad por ese extraño pirata, aquel que desencadenó todos aquellos sucesos del pasado y que por una extraña razón nunca había conocido.



Esa tarde, Elizabeth contaba las horas para su próximo encuentro con Will; ¿Qué le diría?, ¿sabría de la existencia del pequeño Jack?, ¡la maldición de los 10 años se rompería por su devota fidelidad a él? Estas interrogantes torturaban la mente de Elizabeth Turner, quién se encargó por se madre soltera, de vivir en una localidad lo más alejada posible de Port Royal o cualquier otra ciudad que pudiera contactarla con Inglaterra, ya que por ser de origen noble, podrían intentar llevársela a ella y a su hijo, por ordenes de la corona.



Mientras Elizabeth ocupaba su mente en labores culinarias, unos golpes estremecieron la sala de la pequeña casa. Jack llegó rápidamente a esperar que su madre abriera la puerta. Elizabeth se encontró con una sorpresa: Sir Thomas Lawson y su asistente se encontraban a unos pasos del umbral de la puerta. El sirviente se Sir Thomas llevaba una canasta con frutas en una mano y en la otra un rollo de pergamino.

Sir Thomas estaba pulcramente vestido, ataviado con un traje azul con ribetes dorados y una camisa blanca. Elizabeth notó que no tenía la imagen de ser un soldado, pero si alguien muy importante.

- Señora Turner, disculpe las molestias. He venido a entregarle un pequeño obsequio de mi parte, por el incidente de hoy en la mañana, ¿me recuerda? – preguntó Sir Thomas a Elizabeth.


Ella miró con mucha detención al joven caballero, quien su elegancia destellaba en toda su presencia.


- Si, lo recuerdo. – respondió Elizabeth – Pero, ¿Cómo se enteró de mi nombre y de dónde vivo señor…


- Pero que torpe y descortés de mi parte – interrumpió Sir Thomas – Lawson, Sir Thomas Lawson para servirla, Señora Turner.


Sir Thomas realizó una reverencia con una propiedad muy elegante. Elizabeth ya había olvidado ese tipo de cortesías, aún así le ofreció su mano para que el caballero la besara.

- Pase Sir Lawson – invitó Elizabeth.



Sir Thomas entró. La sala era pequeña pero muy confortable, no estaba provista de muchos muebles, pero se encontraba cuidadosamente ordenada con manteles y mantas hechos por la misma Elizabeth. A Sir Thomas le llamó la atención unos cuadros que estaban al costado de la puerta; pinturas y dibujos de barcos en altamar, uno encallado en el otro por el mástil, bajo una feroz tormento y un remolino de agua que reposaba entre ellos.

Elizabeth les invitó a tomar asiento. Greg puso la canasta de frutas en la mesa y se quedó de pie junto a la puerta. Sir Thomas le pidió que le entregara el pergamino. Tras sentarse, Sir Thomas comenzó a hablar:


- Tuve el honor de conocer a su pequeño hijo en el mercado, como pudo percatarse Señora Turner. Los mismos locatarios me proporcionaron la información de su persona y donde usted reside, me imagino que tiene una vida muy apacible, ¿no es así?


- Por supuesto Sir Thomas – respondió Elizabeth – La vida aquí es ideal para criar a un hijo. Sin el ajetreo y problema de las ciudades.



Elizabeth calló un momento. Notó que Lawson se dispondría a hablar, pero ella se adelantó.


- No me ha dicho qué lo trae por aquí Sir Lawson. Si por disculpas se tratase, el incidente no resultó tan grave y las disculpas las pudo enviar su sirviente. – explicó muy educadamente, con voz segura pero no despectiva.- me imagino que existe un asunto de naturaleza diversa por lo que Usted esté aquí.



Sir Thomas sonrió. Su sonrisa era encantadora, juvenil y galante. Elizabeth no demostró cambios en su postura, sin embargo Sir Thomas siguió sonriéndole.


- Disculpe la falta de información Señora Turner, pero la verdad estoy de paso en las islas del Caribe, una misión especial de la Corona.



Elizabeth intentó dominar su curiosidad, teñida fugazmente por miedo a ser descubierta. Por lo cual, su mente vivaz comenzó a trabajar rápidamente, fabricando las respuestas adecuadas a las preguntas que eventualmente le haría Sir Thomas.

De pronto, el pequeño Jack se acercó a su madre. Elizabeth sonrió abrazándole por un costado.


- Jack, sé que conociste a Sir Thomas Lawson en el mercado, ¿verdad? – preguntó a su hijo, quién le respondió con un gesto afirmativo – Bueno, ha venido a visitarnos.



Sir Thomas le estrechó la mano a Jack y se le quedó viendo. El niño le sonrió amablemente. Luego de la presentación, Jack se volvió hacia su madre.


- ¿Puedo ir a buscar algo de agua al pozo, madre?


- Por supuesto Jack, pero entra de inmediato, ¿Si?


- De acuerdo. Dijo Jack saliendo estrepitosamente de la sala, dejando la puerta de la casa entre abierta.



Elizabeth dio señales a Sir Thomas para que siguiera con la explicación de su misión. Sir Thomas se quedó mirando a la joven un momento, su belleza no le era indiferente, y su atención podría ser una muy buena carta para jugar.


- ¿El Señor Turner no se encuentra? – preguntó Sir Thomas.


- Soy viuda, Sir Thomas. Mi marido falleció antes de que mi hijo naciera. – respondió Elizabeth, segura, para no generar sospechas.


- Cuánto lo siento, Señora Turner. Disculpe usted mi ignorancia al respecto, veo que mi comentario la entristeció un poco. – Elizabeth bajó su mirada, pero sonrió con un dejo de melancolía en son de disculpar a Sir Thomas.


- Como usted debe saber, – continuó Sir Thomas – hace diez años la East India Trading Company realizó una dura búsqueda y castigo a ciertos piratas que inflingían las leyes de la Corona. La reputación de ésta quedó manchada por los métodos usados por Lord Cutler Beckett, su administrador; quién encarceló, torturó y ahorcó a mucha gente relacionada con estos piratas.



Elizabeth, al oír el nombre de su antiguo enemigo, apretó sus manos contra sus piernas, en señal de dolor y malos recuerdos. Sir Thomas observó dicha reacción, pero continuó como si no la hubiese notado.


- Mi misión es localizar a la gente que huyó de su régimen y negociar ciertas indemnizaciones a costo de la Reina por la degradante situación en la que muchas personas fueron sometidas.



Elizabeth quedó pensativa, miró el rostro de Lawson, que aparentaba ser muy convincente, amable y encantador.


- ¿Y qué le hizo pensar a usted que yo tengo algo que ver con esas personas? – preguntó Elizabeth.


- Me disculpará usted nuevamente, Señora Turner. – respondió Lawson – Pero me acaba de mencionar que su esposo falleció hace años, por la edad de su hijo podría calcular que aproximadamente son diez. Además, esta estancia no se destaca por tener muchos recursos.


- Eso no fue lo que le pregunté, Sir Thomas. No creo que sólo con vernos en el mercado, pueda usted deducir de algún modo que tenemos algún vínculo con el hecho que me acaba de relatar o que nos relacionemos con alguien que ciertamente…


- Me dispensará nuevamente – interrumpió Sir Thomas – Pero la verdad es que no es por eso que me llamó usted la atención. Ciertamente cuando la vi en el mercado, además de notar que es usted una mujer muy bella, me percaté que tanto su rostro, su temple y sus formas no son propios de una campesina común y corriente.



Elizabeth comenzó a sentirse nerviosa. Notó que Jack aún no entró a la casa, pero se tranquilizó al escuchar su risa.


- No entiendo a lo que se refiere, Sir Thomas. Si no fuese una campesina, común y corriente como dice usted, no me encontraría viviendo aquí ni en estas condiciones.


- Ciertamente Señora Turner, es una posibilidad. Pero la causa de su precaria situación puede deberse a otra cosa. No tema, Señora Turner. Para no agobiarla me retiraré, si gusta podemos conversar y me podrá decir lo que ahora no quiere decirme, créame que mi presencia aquí no trae nada que la perjudique a usted ni a su hijo – mintió Lawson.



Elizabeth se puso de pie al segundo que Sir Thomas se aprestó a retirarse. Éste se despidió solamente con una reverencia y salió de la casa.

Absorta en sus pensamientos, Elizabeth, por primera vez en diez años, se sintió angustiada. Las dos posibilidades eran igual de peores que la otra. Su estancia en un lugar lejano le asegurara que nadie en Inglaterra se enterara de su existencia; después que su padre murió a manos de Lord Beckett se presumió también la muerte de ella. Pero también le daba una garantía de que no la vincularan con la piratería, aunque para esa época la actividad ya estaba menguando.



Después de unos minutos, Elizabeth cayó en cuenta que Sir Thomas se retiró sin su sirviente. Se puso de pie rápidamente y salió de la casa buscando a su hijo.

- ¡Jack! ¡JACK! – gritaba Elizabeth.

Después de buscar por los alrededores, Elizabeth Turner comenzó a llorar. Se habían llevado a su hijo.

viernes, 19 de junio de 2009

PoTC - Capítulo 7: El Reencuentro

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El Perla Negra relucía con una majestuosidad fuera de serie, y Jack no sabía si dicha sensación provenía del notable cambio y mejoras del barco, ó por no haberlo visto en una década.

No era la primera vez que Cangrejo veía el Perla Negra, y también notó las fabulosas evoluciones que la habían transformado en una despampanante nave: el desgaste de la madera a manos de balas de cañón y golpes de espada, fue reemplazado por un barniz brillante de otro mundo, las velas negras ya no estaban remendadas y, aunque éstas se encontraban amarradas en lo alto de los mástiles, se veían como nuevas.

El Trébol Rojo se alejaba del Perla para encontrar un puerto donde atracar la nave. Jack se sentía intimidado por aquel lugar que, si bien era hermoso, le era desconocido aún habiendo navegado por los siete mares en incontables oportunidades. Tras cederle el timón a uno de los tripulantes, Jack se acercó a la proa para observar mejor la isla. No caía en cuenta que el barco ya comenzaba a detenerse, arribando a puerto.


Muchos pensamientos rondaban por la mente del Capitán Sparrow; era bastante inverosímil encontrarse en un lugar del que por toda su vida de pirata nunca había oído hablar siquiera… ¿Una trampa? ¿Una ilusión? Las cartas de navegación de Sao Feng no revelaban la existencia de una Isla Oasis. La tripulación parecía tanto o más desconcertada que Jack, pero en ellos reinaba, más bien, un sentimiento de maravilla ante la belleza de la Isla; era improbable que ellos supieran de que se trataba todo esto, salvo…


Jack se dirigió rápidamente hacia su camarote. Abrió la puerta lentamente verificando que Cangrejo no se encontrara ahí. Al confirmarlo, Jack entró a por sus efectos personales. Mientras abrochaba su cinturón, alguien le golpea la cabeza de improviso, dejándolo inconciente…




Jack Sparrow despertó y notó que estaba acostado. Abrió sus ojos lentamente, con sigilo y por el dolor que había ocasionado el golpe. La inmensa cama estaba ataviada con sábanas y almohadas de satín negro, muy cómodos por lo demás, pensó Jack.

Éste movía los ojos de un lado a otro, y observó que unas cortinas de una delicada tela negra cubrían los lados de la cama, separadas por dos pilares de madera de roble oscuro. Presentía que estaba solo y, por lo que pudo vislumbrar, la alcoba era lujosa y sutilmente iluminada por velas ubicadas en cada extremo de ella.


En medio de la cama, Jack cuidadosamente comenzó a arrastrarse hacia una de las orillas, evitando por todos los medios hacer algún ruido que lo delatase. Tras lograrlo, levantó uno de los centímetros de la cortina desde el inferior para volver a confirmar su soledad. Aliviado, Jack se levantó; no sin antes tambalearse por la brusquedad de su movimiento, perdiendo el equilibrio. Se incorporó gracias a que logró sostenerse en uno de los pilares de la cama. Jack sacudió su cabeza y se sintió mucho mejor.


El Capitán Sparrow procedió a registrar la habitación en busca de algo interesante que pudiese revelar el misterio en el que estaba inserto. Extrañamente los cajones, estantes y repisas que amoblaban la habitación se encontraban vacías, salvo una de las sillas en las que se encontraban sus efectos personales; frustrando de sobremanera a Jack. Éste resolvió mirar debajo de la cama, sin poder mirar mucho en realidad, por lo que comenzó a gatear por toda la habitación. Jack estaba en un estado de concentración casi desesperante; tanto que no se percató de la repentina llegada de una presencia a la alcoba…


- No has cambiado nada, Jack Sparrow. – comentó una sensual y atrayente voz.


Pegando un salto que lo dejó tirando en el suelo, Jack se precipitó a ponerse de pie e intentar divisar a la mujer que le estaba hablando. La oscuridad que invadía el fondo de la habitación no le permitía a Jack descubrir la identidad de esa voz que, por ciertos instantes, le resultaba muy familiar.


- Toma asiento, Jack. – le invitó la dama – Tenemos mucho de que hablar.


Jack dudó. Intentó acercarse, pero desistió al invadirle esas sensaciones de desconfianza bastante típicas en su persona, por lo que prefirió permanecer en distancia.


- Puede que no me funcione mucho la cabeza, pero es preferible eso a perderla definitivamente… ¿Con quién tengo el honor de discutir el no saber qué hago aquí? – preguntó Jack, con sigilo.


- Mi querido Jack… me entristece saber que me hayas olvidado. Tenía la ilusión que al menos dedujeras por qué estás aquí – explicó la dama.


- Querida, un pirata jamás debe explicar los rumbos que toma. Eso sería tan nefasto como…


- … abandonar tu barco cuando la batalla está casi ganada. Nunca lo olvidé, Jack – interrumpió la dama, terminando la frase del Capitán.




Jack abrió los ojos como platos. Habían pasado años… años sin saber de su paradero, qué clase de suerte habría sufrido tras ese terrible altercado que les impidió volver a verse, hace ya tantos años; antes, incluso, de que Jack hiciera su trato con Davy Jones y se adjudicara el Perla Negra.


- Si Jack, sobreviví. – espetó la dama, quién comenzó a acercarse al Capitán Sparrow lentamente, con movimientos elegantes y una sonrisa encantadoramente asesina.


Producto de la impresión, Jack se sentó en la cama sin dejar de mirarla. No recordaba que Maryanne fuese tan hermosa, pareciese que los casi 30 años en que no se habían visto no pasaron por ella, es más, la habrían embellecido aún más. Jack se sorprendió al constatar los cambios en la apariencia de Maryanne: su cabellera era roja como el fuego, su piel blanca le invocaba la sensación se contemplar la espuma de mar que dejaban las olas al llegar a la costa, su cuerpo firme no podía ser más perfecto, y sus ojos tornasolados le recordaban la inmensidad del mar…


Maryanne se sentó frente a Jack y le sonrió con satisfacción. Le provocaba placer que Jack siquiera hubiese imaginado encontrarse con ella nuevamente, después de tantos años.


Tras unos segundos, Jack cerró su boca y le devolvió una sonrisa más bien tímida, pero graciosa. Lo había descubierto: el secreto, su fracaso, la soledad…


- La encontraste, ¿verdad? Te hiciste de su voluntad y creaste todo este paraíso… - dijo Jack.


- Bingo – respondió Maryanne – Pero te preguntarás cómo, ¿no es así? Escucha con atención, Jack Sparrow. Tengo una proposición para ti.

jueves, 18 de junio de 2009

PoTC - Capítulo 6: Familia.

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Después de casi un mes de viaje, Sir Thomas Lawson al fin pisaba tierra. El alivio que le corroía era embriagante, pero fugaz; al fin saldría del horrendo barco que le enfermaba día tras día, pero a la vez la ridícula tarea encomendada por la Corona recién comenzaba.

Según los mapas, Lawson y su tripulación se encontraban cerca de las tierras de Cuba, al límite del Caribe. En el puerto no había mucha gente, salvo ciertos pescadores y los guardias que custodiaban la costa y el orden. Lawson bajó con un pañuelo pegado a la nariz; el hedor a pescado le desagradaba de sobremanera.


Greg, el sirviente, hizo los arreglos necesarios con el guardia costero para atracar el barco sin problemas, y consultar sobre la existencia de posadas en la zona, para que Sir Lawson pudiese descansar. Sin embargo, cansado por el viaje y espantado por el nuevo escenario, Thomas procedió a inspeccionar el lugar.

Se sorprendió por las miradas de estupefacción que recibía de parte de los residentes del pueblo; quienes no sabían si admirarle o temerle. Lawson comenzó a sentirse cómodo con aquellas expresiones. Se detuvo para arreglar sus ropas y continuó desfilando entre la gente, demostrando su elegancia, presencia y poder.


Tras unos minutos, Greg se acercó a Sir Thomas. Al llegar se notaba agitado, pero tranquilo. Lawson le sonrió.


- ¿Todo en orden, Greg? – le preguntó, observando el horizonte de pueblerinos que no dejaban de mirarle y comentar entre ellos.


- Por supuesto, Sir Thomas. Le informo que estamos en el pueblo de Clanston, en los límites nortinos del Caribe, cerca de las colonias americanas.


Sir Thomas se sorprendió algo agriado.


- ¡No se supone que debíamos estar en Port Royal, Greg! ¡Ineptos! ¡Se han equivocado de pueblo! – reclamó Sir Thomas encolerizado.


- Disculpe, señor, pero su Majestad fue clara en indicarle al Capitán y a la tripulación de primer rango que debíamos dirigirnos a Clanston. La misión no se haya en Port Royal, por que no hay rastro de ellos.


Lawson se sentía estafado. Port Royal fue el último paradero de su tío y el lugar más probable en que encontraría lo que buscaba.


Por lo pronto, Greg prefirió no dar más explicaciones. Conocía a la perfección el carácter de Sir Thomas, sabía que jamás reconocería una equivocación, corrección o algo semejante. Tenía conciencia de lo majadero que resultaba la mayoría de las veces, la forma en que su tío había ordenado su educación, el orgullo que corría en sus venas, y la ambición que lo motivaba. Claramente este tipo de misión le hastiaba y repugnaba; aún así Greg realizó una última observación, logrando, como siempre, adjudicar la negligencia de los hechos a cualquier otro que no fuese Sir Thomas Lawson.


- Mis disculpas, Sir Thomas. Debí informarle el destino de nuestro viaje y evitarle un mal rato. Me retiro.


Con un movimiento de sumisión, Greg se retiró hacia el barco para darle indicaciones al Capitán y la tripulación acerca de la posada donde se hospedarían y de quienes permanecerían en el barco.



Thomas siguió con humor nefasto, pisando la tierra con toda la ira que le fue posible, apretando sus dientes. Sin prestar atención a su alrededor, Sir Thomas chocó con una mujer que se hallaba comprando naranjas en un puesto. La mujer se volcó hacia delante dejando caer las naranjas que sostenía en la mano.


- Un “disculpe” hubiese sido lo adecuado, señor… - espetó la mujer mientras se incorporaba.


Sir Thomas retrocedió unos pasos pero se quedó mudo, mirando a la mujer con desdés, como si ella hubiese sido la causante de aquel choque, y no él producto de su distracción. Al voltearse, Elizabeth Turner le devolvió la mirada con el mismo desdén. Observó a Lawson de pies a cabeza, indignada por la poca educación de aquel caballero, quien, al verse tan distinguido, no le ofrecía una disculpa.


Sir Thomas la observó unos segundos, entre cautivado e iracundo. Atinó solamente, tras unos segundos, a mover la cabeza y voltearse para retomar su camino sin rumbo. Elizabeth, aunque enojada, prefirió no darle más importancia al incidente y seguir con lo que estaba haciendo antes de la inoportuna interrupción.


Sir Thomas se alejó lo suficiente como para poder observar a Elizabeth desde lejos sin ser visto. La presencia de esa mujer le había impactado. Dentro de su cabeza se convenció que era producto de lo inusual que le resultaba, ya que su apariencia no era similar a la de las mujeres que había presenciado en el pueblo; ni en porte, presencia, ni menos belleza… le sorprendió que le mirara con desaire, aún en conocimiento que él, perfectamente podría resultar ser el rey de Inglaterra; indistintamente de aquellas miradas que recibió de todos los habitantes de Clanston desde que pisó el puerto.

De pronto, se distrajo por las continuas señales de su sirviente Greg, quien le llamaba para que se acercase. Seguramente ya era hora de partir a la posada y descansar. Al dirigirse hacia donde se encontraba Greg, un niño pequeño tironeó de las ropas de Sir Thomas. Éste, sorprendido le miró. El niño se dedicó una sonrisa.


- Disculpe, señor. Pero debo hacerle una pregunta. – le dijo el niño a Sir Thomas, con un brillo en los ojos.


- Ummm...… eh… por supuesto… niño. – le respondió Sir Thomas, seriamente. El niño sonrió con entusiasmo.


- ¿Es cierto que en Inglaterra no entrenan a nadie para las batallas?


Sir Thomas, sorprendido se agachó para responderle al niño.


- ¿Por qué preguntas eso, niño? Claro que si entrenan pero sólo a los soldados – respondió Lawson.


- Mi espada es de madera… - espetó el niño, enseñándole a Sir Thomas la espada de juguete que portaba entre sus ropas, colgada a su cinturón. – Pero algún día sabré usar una de verdad.


Un grito de llamado alertaba a Sir Thomas a lo lejos. Éste sólo realizó un ademán para que le esperare con la mano, pero justo antes que Lawson le contestara al niño, una mujer le llamó.


- ¡Jack! ¡JACK! Nos vamos a casa… - se trataba de Elizabeth, quien llamaba a su hijo, observando que se encontraba con el mismo hombre que le había empujado hace unos instantes atrás.


El pequeño Jack miró a su madre y se despidió de Sir Thomas.


- ¡Espera, niño! – le gritó Lawson al pequeño Jack, éste retornó hacia el caballero. - ¿Cómo te llamas?


- Jack William Turner, señor, mucho gusto. ¡Adiós! – de despidió el niño, corriendo hacia su madre, la cual miró con desconfianza a Sir Thomas.


Éste se incorporó observando al niño correr hacia su madre. Greg llegó agitado al lado de Lawson.


- Señor, le he llamado desde hace buen rato para que nos dirijamos a la posada… ¿señor? – Greg observó que su amo estaba con la mirada fija hacia dos personas que se alejaban del pequeño mercado.


Lawson miró a su sirviente sonriendo. Greg se sintió aliviado, pero asustado a la vez, ya que conocía esas sonrisas.


- No te preocupes, Greg. Nos iremos de aquí muy pronto.



miércoles, 17 de junio de 2009

PoTC - Capítulo 5: Leyendas Entrecruzadas

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Ensimismado observando la brújula, el Capitán Sparrow cayó en cuenta que el rumbo se alejaba de las islas cubanas, donde aguardaba ese tesoro que una vez buscó y no halló, lo que le causó bastante curiosidad.
Claramente alguien lo encontró primero antes que él. ¿Barbossa?, pensó. Jack sacudió su cabeza negando esa posibilidad; sin las cartas de navegación, que él mismo robó, era certeramente improbable.

Cangrejo entró de súbito al camarote de Jack, algo más serio de cómo estaba al comenzar el viaje. El primer día fue agotador, Cangrejo ya había perdido la costumbre de navegar tan intensamente, aún con un cuerpo más robusto que el anterior y siendo el segundo a bordo del Trébol Rojo.


- ¿Cansado amigo? – preguntó Jack sin quitar la vista de los mapas y su brújula.

- Eso es decir poco, Capitán – respondió Cangrejo, sentándose al frente de Jack.

Éste le observó un momento con un semblante dudoso y expectante. Cangrejo de devolvió la mirada y torció una sonrisa.

- ¿Qué te hace pensar que te llevaré a una persona que no sé que diantres forma tiene? – preguntó Jack, destapando una botella de ron.

A Cangrejo le brillaron los ojos al pensar en esa respuesta. Luego de meditarla contestó.

- Ella es el mar, Jack, y el mar me debe un favor.

Jack sonrió para si mismo. El mar… si, claro… y jaibas, pensó. Cangrejo siguió explicándose a Jack, como recitando una canción muy antigua.

- Hay veces que la escucho cantar… he podido vivir sin ella, sin mirarla… pero me la debe, Jack. Me la debe.

El Capitán Sparrow fingía prestar atención a Cangrejo. Pero en el fondo, estaba convencido que las tonterías de Cangrejo no eran más que delirios de un hombre, o muy viejo, muy enamorado del mar, o muy borracho.

- Si tanto quieres verla, arrójate al mar y asunto arreglado – ironizó Jack, con una sonrisa.

Cangrejo lo miró muy seriamente. Jack temió ser víctima de un inminente ataque y se echó para atrás. Luego, Cangrejo se echó a reír.

- ¿Crees que estoy buscando de Calipso, Sparrow?

Cangrejo continuó riéndose con una carcajada estridente. Jack mostró el semblante más serio de lo que fue capaz.

- ¿Quién más si no, duende? Calipso es la diosa del mar y está libre… - argumentó Jack.

Cangrejo suspiró, luego de esgrimir una última y cansada carcajada.

- Calipso es la diosa del mar, si. Pero ella no es el mundo entero…

Jack comenzaba a sentirse confundido y curioso, más que de costumbre. Asumía que se trataba de Calipso, ella es el mar…

- Es una dama… - continuó Cangrejo – una dama negra.

- Negra… - pensó Jack en voz alta - ¿El Perla Negra, dirás?

Cangrejo abrió la boca para contestar, pero fue interrumpido por un grito proveniente de la cubierta.

- ¡CAPITAN! ¡CAPITAN! ¡A CUBIERTA!

Jack alzó su dedo índice a Cangrejo, como indicándole que esperara sentado en el camarote, y se dirigió rápida, pero sigilosamente a cubierta.
Las luces del Trébol Rojo estaban casi apagadas, por lo que a Jack se le dificultaba la vista. A estribor se divisaba una isla frondosa, con cúpulas de árboles inmensos que se volvían más grandes hacia el centro.
Jack agarró el timón, y el Trébol comenzó a acercarse a la misteriosa isla, la cual, inclusive de noche, era paradisíaca, amazónica.

Tras breves instantes, el barco ya estaba casi a la orilla de la isla, cerca de un pequeño puerto construido con madera de bambú.

- La isla Oasis… - susurró Cangrejo al oído de Jack.

Éste pegó un salto por la repentina aparición del pequeño pirata, e hizo un gesto para alejarlo y evitar que lo tocara. Jack, al timón, comenzó a rodear la isla y notó que en toda la orilla se encontraban aquellos puertos de bambú, que servían para atracar un solo barco.
De pronto, Cangrejo cambió su semblante y miró fijamente hacia el frente. La tripulación parecía asustada y Jack lo notó al instante. En el puerto siguiente había un barco atracado; un barco con velas negras.

sábado, 13 de junio de 2009

PoTC - Capítulo 4: La misión

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Thomas Lawson se entregaba al letargo. No soportaba los viajes en barco, ni menos en una misión sobre asuntos de nimia importancia para él. Detestaba el hecho de corregir los errores de su tío en pos de servir a la corona, ni menos saberse ser “Caballero” por méritos poco honorables. Acostado en su incómodo catre, Thomas lamentaba con ira creciente su actual posición; no podía leer ni concentrarse en nada que valiera la pena.



Un par de golpes en la puerta de su camarote lo sacan de su lamentable sedentarismo y le hacen reaccionar. Tomó un par de mapas de su escritorio y se sentó en su cama, fingiendo revisarlos.

- Adelante – esgrimió con voz cansada.

- Disculpe, Sir Thomas. El capitán desea preguntarle si Usted está conforme con la velocidad del viaje.

Lawson dio un suspiro de resignación y respondió.

- Claro, dile que todo va bien, Greg.

El sirviente asintió para proceder a retirarse y cerrar la puerta por fuera.

Tras unos minutos de no pensar en nada, Sir Thomas decidió estirar sus piernas a cubierta. Luego de subir se encandiló con el ferviente Sol que iluminaba el índico, y se dirigió a proa para no marearse y tomar un poco más de aire.

Greg regresó con una taza de té con limón para Sir Lawson. Éste le agradeció con un gesto y le pidió que se quedase un rato con él.

- ¿Puedes creer que estemos cruzando el océano para algo que cualquiera puede hacer, Greg? – le preguntó al sirviente luego de probar tímidamente su té.

- Sí me permite, Señor, creo que es bastante estúpido. Aún así no es una misión difícil. No me complica, ya que regresaremos a Inglaterra en breve.

- Me golpearon donde más me duele, Greg. ¿Y todo para qué?, enmendar errores ajenos… - se lamentó Thomas.

- Si la Reina lo considera importante, por algo será, Sir Thomas. Además, a ella no le son desconocidas las leyendas que…

- ¡A mi no me importan esas tonterías! – interrumpió Lawson – Soy un hombre de sociedad, valorado en la Corte. eres un hombre de mar, hecho para estas “cosas”. Todo esto me enferma – espetó con un tono iracundo.

- Con todo respeto, Señor – explicó Greg lo más educadamente que pudo – no es sabio que el altamar hagamos oídos sordos a lo que nos rodea… no somos dueños ni de todo ni de parte de estos mares.

- ¿Y qué? ¿Una diosa ‘como – se – llame” si lo es? Por favor, Greg… esos son cuentos para asustar a los marinos crédulos, como tú – se burló Thomas, con una seguridad embriagante.

Greg sonrió por lo bajo.

- Ella es el mar – expresó mirando hacia el horizonte – Y mientras estemos aquí, ella gobierna nuestros destinos.

Thomas le lanzó una mirada de enojo a Greg, quién tras reverenciar a su amo con respeto, se retiró hacia la escalera que daban a la cocina del barco.

De pronto, el orgulloso caballero se sintió mareado y regresó a su camarote para volver a recostarse.

- No quiero que nadie me moleste hasta que yo te autorice lo contrario – le ordenó a uno de los guardias que custodiaban la puerta.

Al entrar, dejó los mapas en su escritorio y se arrojó sobre su catre en posición fetal.

La misión era sencilla, y si todo salía bien, ya pronto regresarían a Inglaterra, como dijo Greg.; y tal asunto quedaría sellado para volver a disfrutar de los beneficios de la corte y a la vida que tanto amaba.

 

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