viernes, 19 de junio de 2009

PoTC - Capítulo 7: El Reencuentro

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El Perla Negra relucía con una majestuosidad fuera de serie, y Jack no sabía si dicha sensación provenía del notable cambio y mejoras del barco, ó por no haberlo visto en una década.

No era la primera vez que Cangrejo veía el Perla Negra, y también notó las fabulosas evoluciones que la habían transformado en una despampanante nave: el desgaste de la madera a manos de balas de cañón y golpes de espada, fue reemplazado por un barniz brillante de otro mundo, las velas negras ya no estaban remendadas y, aunque éstas se encontraban amarradas en lo alto de los mástiles, se veían como nuevas.

El Trébol Rojo se alejaba del Perla para encontrar un puerto donde atracar la nave. Jack se sentía intimidado por aquel lugar que, si bien era hermoso, le era desconocido aún habiendo navegado por los siete mares en incontables oportunidades. Tras cederle el timón a uno de los tripulantes, Jack se acercó a la proa para observar mejor la isla. No caía en cuenta que el barco ya comenzaba a detenerse, arribando a puerto.


Muchos pensamientos rondaban por la mente del Capitán Sparrow; era bastante inverosímil encontrarse en un lugar del que por toda su vida de pirata nunca había oído hablar siquiera… ¿Una trampa? ¿Una ilusión? Las cartas de navegación de Sao Feng no revelaban la existencia de una Isla Oasis. La tripulación parecía tanto o más desconcertada que Jack, pero en ellos reinaba, más bien, un sentimiento de maravilla ante la belleza de la Isla; era improbable que ellos supieran de que se trataba todo esto, salvo…


Jack se dirigió rápidamente hacia su camarote. Abrió la puerta lentamente verificando que Cangrejo no se encontrara ahí. Al confirmarlo, Jack entró a por sus efectos personales. Mientras abrochaba su cinturón, alguien le golpea la cabeza de improviso, dejándolo inconciente…




Jack Sparrow despertó y notó que estaba acostado. Abrió sus ojos lentamente, con sigilo y por el dolor que había ocasionado el golpe. La inmensa cama estaba ataviada con sábanas y almohadas de satín negro, muy cómodos por lo demás, pensó Jack.

Éste movía los ojos de un lado a otro, y observó que unas cortinas de una delicada tela negra cubrían los lados de la cama, separadas por dos pilares de madera de roble oscuro. Presentía que estaba solo y, por lo que pudo vislumbrar, la alcoba era lujosa y sutilmente iluminada por velas ubicadas en cada extremo de ella.


En medio de la cama, Jack cuidadosamente comenzó a arrastrarse hacia una de las orillas, evitando por todos los medios hacer algún ruido que lo delatase. Tras lograrlo, levantó uno de los centímetros de la cortina desde el inferior para volver a confirmar su soledad. Aliviado, Jack se levantó; no sin antes tambalearse por la brusquedad de su movimiento, perdiendo el equilibrio. Se incorporó gracias a que logró sostenerse en uno de los pilares de la cama. Jack sacudió su cabeza y se sintió mucho mejor.


El Capitán Sparrow procedió a registrar la habitación en busca de algo interesante que pudiese revelar el misterio en el que estaba inserto. Extrañamente los cajones, estantes y repisas que amoblaban la habitación se encontraban vacías, salvo una de las sillas en las que se encontraban sus efectos personales; frustrando de sobremanera a Jack. Éste resolvió mirar debajo de la cama, sin poder mirar mucho en realidad, por lo que comenzó a gatear por toda la habitación. Jack estaba en un estado de concentración casi desesperante; tanto que no se percató de la repentina llegada de una presencia a la alcoba…


- No has cambiado nada, Jack Sparrow. – comentó una sensual y atrayente voz.


Pegando un salto que lo dejó tirando en el suelo, Jack se precipitó a ponerse de pie e intentar divisar a la mujer que le estaba hablando. La oscuridad que invadía el fondo de la habitación no le permitía a Jack descubrir la identidad de esa voz que, por ciertos instantes, le resultaba muy familiar.


- Toma asiento, Jack. – le invitó la dama – Tenemos mucho de que hablar.


Jack dudó. Intentó acercarse, pero desistió al invadirle esas sensaciones de desconfianza bastante típicas en su persona, por lo que prefirió permanecer en distancia.


- Puede que no me funcione mucho la cabeza, pero es preferible eso a perderla definitivamente… ¿Con quién tengo el honor de discutir el no saber qué hago aquí? – preguntó Jack, con sigilo.


- Mi querido Jack… me entristece saber que me hayas olvidado. Tenía la ilusión que al menos dedujeras por qué estás aquí – explicó la dama.


- Querida, un pirata jamás debe explicar los rumbos que toma. Eso sería tan nefasto como…


- … abandonar tu barco cuando la batalla está casi ganada. Nunca lo olvidé, Jack – interrumpió la dama, terminando la frase del Capitán.




Jack abrió los ojos como platos. Habían pasado años… años sin saber de su paradero, qué clase de suerte habría sufrido tras ese terrible altercado que les impidió volver a verse, hace ya tantos años; antes, incluso, de que Jack hiciera su trato con Davy Jones y se adjudicara el Perla Negra.


- Si Jack, sobreviví. – espetó la dama, quién comenzó a acercarse al Capitán Sparrow lentamente, con movimientos elegantes y una sonrisa encantadoramente asesina.


Producto de la impresión, Jack se sentó en la cama sin dejar de mirarla. No recordaba que Maryanne fuese tan hermosa, pareciese que los casi 30 años en que no se habían visto no pasaron por ella, es más, la habrían embellecido aún más. Jack se sorprendió al constatar los cambios en la apariencia de Maryanne: su cabellera era roja como el fuego, su piel blanca le invocaba la sensación se contemplar la espuma de mar que dejaban las olas al llegar a la costa, su cuerpo firme no podía ser más perfecto, y sus ojos tornasolados le recordaban la inmensidad del mar…


Maryanne se sentó frente a Jack y le sonrió con satisfacción. Le provocaba placer que Jack siquiera hubiese imaginado encontrarse con ella nuevamente, después de tantos años.


Tras unos segundos, Jack cerró su boca y le devolvió una sonrisa más bien tímida, pero graciosa. Lo había descubierto: el secreto, su fracaso, la soledad…


- La encontraste, ¿verdad? Te hiciste de su voluntad y creaste todo este paraíso… - dijo Jack.


- Bingo – respondió Maryanne – Pero te preguntarás cómo, ¿no es así? Escucha con atención, Jack Sparrow. Tengo una proposición para ti.

jueves, 18 de junio de 2009

PoTC - Capítulo 6: Familia.

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Después de casi un mes de viaje, Sir Thomas Lawson al fin pisaba tierra. El alivio que le corroía era embriagante, pero fugaz; al fin saldría del horrendo barco que le enfermaba día tras día, pero a la vez la ridícula tarea encomendada por la Corona recién comenzaba.

Según los mapas, Lawson y su tripulación se encontraban cerca de las tierras de Cuba, al límite del Caribe. En el puerto no había mucha gente, salvo ciertos pescadores y los guardias que custodiaban la costa y el orden. Lawson bajó con un pañuelo pegado a la nariz; el hedor a pescado le desagradaba de sobremanera.


Greg, el sirviente, hizo los arreglos necesarios con el guardia costero para atracar el barco sin problemas, y consultar sobre la existencia de posadas en la zona, para que Sir Lawson pudiese descansar. Sin embargo, cansado por el viaje y espantado por el nuevo escenario, Thomas procedió a inspeccionar el lugar.

Se sorprendió por las miradas de estupefacción que recibía de parte de los residentes del pueblo; quienes no sabían si admirarle o temerle. Lawson comenzó a sentirse cómodo con aquellas expresiones. Se detuvo para arreglar sus ropas y continuó desfilando entre la gente, demostrando su elegancia, presencia y poder.


Tras unos minutos, Greg se acercó a Sir Thomas. Al llegar se notaba agitado, pero tranquilo. Lawson le sonrió.


- ¿Todo en orden, Greg? – le preguntó, observando el horizonte de pueblerinos que no dejaban de mirarle y comentar entre ellos.


- Por supuesto, Sir Thomas. Le informo que estamos en el pueblo de Clanston, en los límites nortinos del Caribe, cerca de las colonias americanas.


Sir Thomas se sorprendió algo agriado.


- ¡No se supone que debíamos estar en Port Royal, Greg! ¡Ineptos! ¡Se han equivocado de pueblo! – reclamó Sir Thomas encolerizado.


- Disculpe, señor, pero su Majestad fue clara en indicarle al Capitán y a la tripulación de primer rango que debíamos dirigirnos a Clanston. La misión no se haya en Port Royal, por que no hay rastro de ellos.


Lawson se sentía estafado. Port Royal fue el último paradero de su tío y el lugar más probable en que encontraría lo que buscaba.


Por lo pronto, Greg prefirió no dar más explicaciones. Conocía a la perfección el carácter de Sir Thomas, sabía que jamás reconocería una equivocación, corrección o algo semejante. Tenía conciencia de lo majadero que resultaba la mayoría de las veces, la forma en que su tío había ordenado su educación, el orgullo que corría en sus venas, y la ambición que lo motivaba. Claramente este tipo de misión le hastiaba y repugnaba; aún así Greg realizó una última observación, logrando, como siempre, adjudicar la negligencia de los hechos a cualquier otro que no fuese Sir Thomas Lawson.


- Mis disculpas, Sir Thomas. Debí informarle el destino de nuestro viaje y evitarle un mal rato. Me retiro.


Con un movimiento de sumisión, Greg se retiró hacia el barco para darle indicaciones al Capitán y la tripulación acerca de la posada donde se hospedarían y de quienes permanecerían en el barco.



Thomas siguió con humor nefasto, pisando la tierra con toda la ira que le fue posible, apretando sus dientes. Sin prestar atención a su alrededor, Sir Thomas chocó con una mujer que se hallaba comprando naranjas en un puesto. La mujer se volcó hacia delante dejando caer las naranjas que sostenía en la mano.


- Un “disculpe” hubiese sido lo adecuado, señor… - espetó la mujer mientras se incorporaba.


Sir Thomas retrocedió unos pasos pero se quedó mudo, mirando a la mujer con desdés, como si ella hubiese sido la causante de aquel choque, y no él producto de su distracción. Al voltearse, Elizabeth Turner le devolvió la mirada con el mismo desdén. Observó a Lawson de pies a cabeza, indignada por la poca educación de aquel caballero, quien, al verse tan distinguido, no le ofrecía una disculpa.


Sir Thomas la observó unos segundos, entre cautivado e iracundo. Atinó solamente, tras unos segundos, a mover la cabeza y voltearse para retomar su camino sin rumbo. Elizabeth, aunque enojada, prefirió no darle más importancia al incidente y seguir con lo que estaba haciendo antes de la inoportuna interrupción.


Sir Thomas se alejó lo suficiente como para poder observar a Elizabeth desde lejos sin ser visto. La presencia de esa mujer le había impactado. Dentro de su cabeza se convenció que era producto de lo inusual que le resultaba, ya que su apariencia no era similar a la de las mujeres que había presenciado en el pueblo; ni en porte, presencia, ni menos belleza… le sorprendió que le mirara con desaire, aún en conocimiento que él, perfectamente podría resultar ser el rey de Inglaterra; indistintamente de aquellas miradas que recibió de todos los habitantes de Clanston desde que pisó el puerto.

De pronto, se distrajo por las continuas señales de su sirviente Greg, quien le llamaba para que se acercase. Seguramente ya era hora de partir a la posada y descansar. Al dirigirse hacia donde se encontraba Greg, un niño pequeño tironeó de las ropas de Sir Thomas. Éste, sorprendido le miró. El niño se dedicó una sonrisa.


- Disculpe, señor. Pero debo hacerle una pregunta. – le dijo el niño a Sir Thomas, con un brillo en los ojos.


- Ummm...… eh… por supuesto… niño. – le respondió Sir Thomas, seriamente. El niño sonrió con entusiasmo.


- ¿Es cierto que en Inglaterra no entrenan a nadie para las batallas?


Sir Thomas, sorprendido se agachó para responderle al niño.


- ¿Por qué preguntas eso, niño? Claro que si entrenan pero sólo a los soldados – respondió Lawson.


- Mi espada es de madera… - espetó el niño, enseñándole a Sir Thomas la espada de juguete que portaba entre sus ropas, colgada a su cinturón. – Pero algún día sabré usar una de verdad.


Un grito de llamado alertaba a Sir Thomas a lo lejos. Éste sólo realizó un ademán para que le esperare con la mano, pero justo antes que Lawson le contestara al niño, una mujer le llamó.


- ¡Jack! ¡JACK! Nos vamos a casa… - se trataba de Elizabeth, quien llamaba a su hijo, observando que se encontraba con el mismo hombre que le había empujado hace unos instantes atrás.


El pequeño Jack miró a su madre y se despidió de Sir Thomas.


- ¡Espera, niño! – le gritó Lawson al pequeño Jack, éste retornó hacia el caballero. - ¿Cómo te llamas?


- Jack William Turner, señor, mucho gusto. ¡Adiós! – de despidió el niño, corriendo hacia su madre, la cual miró con desconfianza a Sir Thomas.


Éste se incorporó observando al niño correr hacia su madre. Greg llegó agitado al lado de Lawson.


- Señor, le he llamado desde hace buen rato para que nos dirijamos a la posada… ¿señor? – Greg observó que su amo estaba con la mirada fija hacia dos personas que se alejaban del pequeño mercado.


Lawson miró a su sirviente sonriendo. Greg se sintió aliviado, pero asustado a la vez, ya que conocía esas sonrisas.


- No te preocupes, Greg. Nos iremos de aquí muy pronto.



miércoles, 17 de junio de 2009

PoTC - Capítulo 5: Leyendas Entrecruzadas

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Ensimismado observando la brújula, el Capitán Sparrow cayó en cuenta que el rumbo se alejaba de las islas cubanas, donde aguardaba ese tesoro que una vez buscó y no halló, lo que le causó bastante curiosidad.
Claramente alguien lo encontró primero antes que él. ¿Barbossa?, pensó. Jack sacudió su cabeza negando esa posibilidad; sin las cartas de navegación, que él mismo robó, era certeramente improbable.

Cangrejo entró de súbito al camarote de Jack, algo más serio de cómo estaba al comenzar el viaje. El primer día fue agotador, Cangrejo ya había perdido la costumbre de navegar tan intensamente, aún con un cuerpo más robusto que el anterior y siendo el segundo a bordo del Trébol Rojo.


- ¿Cansado amigo? – preguntó Jack sin quitar la vista de los mapas y su brújula.

- Eso es decir poco, Capitán – respondió Cangrejo, sentándose al frente de Jack.

Éste le observó un momento con un semblante dudoso y expectante. Cangrejo de devolvió la mirada y torció una sonrisa.

- ¿Qué te hace pensar que te llevaré a una persona que no sé que diantres forma tiene? – preguntó Jack, destapando una botella de ron.

A Cangrejo le brillaron los ojos al pensar en esa respuesta. Luego de meditarla contestó.

- Ella es el mar, Jack, y el mar me debe un favor.

Jack sonrió para si mismo. El mar… si, claro… y jaibas, pensó. Cangrejo siguió explicándose a Jack, como recitando una canción muy antigua.

- Hay veces que la escucho cantar… he podido vivir sin ella, sin mirarla… pero me la debe, Jack. Me la debe.

El Capitán Sparrow fingía prestar atención a Cangrejo. Pero en el fondo, estaba convencido que las tonterías de Cangrejo no eran más que delirios de un hombre, o muy viejo, muy enamorado del mar, o muy borracho.

- Si tanto quieres verla, arrójate al mar y asunto arreglado – ironizó Jack, con una sonrisa.

Cangrejo lo miró muy seriamente. Jack temió ser víctima de un inminente ataque y se echó para atrás. Luego, Cangrejo se echó a reír.

- ¿Crees que estoy buscando de Calipso, Sparrow?

Cangrejo continuó riéndose con una carcajada estridente. Jack mostró el semblante más serio de lo que fue capaz.

- ¿Quién más si no, duende? Calipso es la diosa del mar y está libre… - argumentó Jack.

Cangrejo suspiró, luego de esgrimir una última y cansada carcajada.

- Calipso es la diosa del mar, si. Pero ella no es el mundo entero…

Jack comenzaba a sentirse confundido y curioso, más que de costumbre. Asumía que se trataba de Calipso, ella es el mar…

- Es una dama… - continuó Cangrejo – una dama negra.

- Negra… - pensó Jack en voz alta - ¿El Perla Negra, dirás?

Cangrejo abrió la boca para contestar, pero fue interrumpido por un grito proveniente de la cubierta.

- ¡CAPITAN! ¡CAPITAN! ¡A CUBIERTA!

Jack alzó su dedo índice a Cangrejo, como indicándole que esperara sentado en el camarote, y se dirigió rápida, pero sigilosamente a cubierta.
Las luces del Trébol Rojo estaban casi apagadas, por lo que a Jack se le dificultaba la vista. A estribor se divisaba una isla frondosa, con cúpulas de árboles inmensos que se volvían más grandes hacia el centro.
Jack agarró el timón, y el Trébol comenzó a acercarse a la misteriosa isla, la cual, inclusive de noche, era paradisíaca, amazónica.

Tras breves instantes, el barco ya estaba casi a la orilla de la isla, cerca de un pequeño puerto construido con madera de bambú.

- La isla Oasis… - susurró Cangrejo al oído de Jack.

Éste pegó un salto por la repentina aparición del pequeño pirata, e hizo un gesto para alejarlo y evitar que lo tocara. Jack, al timón, comenzó a rodear la isla y notó que en toda la orilla se encontraban aquellos puertos de bambú, que servían para atracar un solo barco.
De pronto, Cangrejo cambió su semblante y miró fijamente hacia el frente. La tripulación parecía asustada y Jack lo notó al instante. En el puerto siguiente había un barco atracado; un barco con velas negras.

sábado, 13 de junio de 2009

PoTC - Capítulo 4: La misión

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Thomas Lawson se entregaba al letargo. No soportaba los viajes en barco, ni menos en una misión sobre asuntos de nimia importancia para él. Detestaba el hecho de corregir los errores de su tío en pos de servir a la corona, ni menos saberse ser “Caballero” por méritos poco honorables. Acostado en su incómodo catre, Thomas lamentaba con ira creciente su actual posición; no podía leer ni concentrarse en nada que valiera la pena.



Un par de golpes en la puerta de su camarote lo sacan de su lamentable sedentarismo y le hacen reaccionar. Tomó un par de mapas de su escritorio y se sentó en su cama, fingiendo revisarlos.

- Adelante – esgrimió con voz cansada.

- Disculpe, Sir Thomas. El capitán desea preguntarle si Usted está conforme con la velocidad del viaje.

Lawson dio un suspiro de resignación y respondió.

- Claro, dile que todo va bien, Greg.

El sirviente asintió para proceder a retirarse y cerrar la puerta por fuera.

Tras unos minutos de no pensar en nada, Sir Thomas decidió estirar sus piernas a cubierta. Luego de subir se encandiló con el ferviente Sol que iluminaba el índico, y se dirigió a proa para no marearse y tomar un poco más de aire.

Greg regresó con una taza de té con limón para Sir Lawson. Éste le agradeció con un gesto y le pidió que se quedase un rato con él.

- ¿Puedes creer que estemos cruzando el océano para algo que cualquiera puede hacer, Greg? – le preguntó al sirviente luego de probar tímidamente su té.

- Sí me permite, Señor, creo que es bastante estúpido. Aún así no es una misión difícil. No me complica, ya que regresaremos a Inglaterra en breve.

- Me golpearon donde más me duele, Greg. ¿Y todo para qué?, enmendar errores ajenos… - se lamentó Thomas.

- Si la Reina lo considera importante, por algo será, Sir Thomas. Además, a ella no le son desconocidas las leyendas que…

- ¡A mi no me importan esas tonterías! – interrumpió Lawson – Soy un hombre de sociedad, valorado en la Corte. eres un hombre de mar, hecho para estas “cosas”. Todo esto me enferma – espetó con un tono iracundo.

- Con todo respeto, Señor – explicó Greg lo más educadamente que pudo – no es sabio que el altamar hagamos oídos sordos a lo que nos rodea… no somos dueños ni de todo ni de parte de estos mares.

- ¿Y qué? ¿Una diosa ‘como – se – llame” si lo es? Por favor, Greg… esos son cuentos para asustar a los marinos crédulos, como tú – se burló Thomas, con una seguridad embriagante.

Greg sonrió por lo bajo.

- Ella es el mar – expresó mirando hacia el horizonte – Y mientras estemos aquí, ella gobierna nuestros destinos.

Thomas le lanzó una mirada de enojo a Greg, quién tras reverenciar a su amo con respeto, se retiró hacia la escalera que daban a la cocina del barco.

De pronto, el orgulloso caballero se sintió mareado y regresó a su camarote para volver a recostarse.

- No quiero que nadie me moleste hasta que yo te autorice lo contrario – le ordenó a uno de los guardias que custodiaban la puerta.

Al entrar, dejó los mapas en su escritorio y se arrojó sobre su catre en posición fetal.

La misión era sencilla, y si todo salía bien, ya pronto regresarían a Inglaterra, como dijo Greg.; y tal asunto quedaría sellado para volver a disfrutar de los beneficios de la corte y a la vida que tanto amaba.

PoTC - Capítulo 3: Sorpresas

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Jack no pudo dormir esa noche.

Si, había escuchado los rumores, pero no eran menos fantásticos e irreales de los que ya había escuchado. Las leyendas de sus aventuras eran conocidas por el ancho del océano, y no dudaba que esta vez no era diferente.

Recostado en una hamaca cerca del puerto principal de Tortuga, Sparrow miraba una y otra vez su brújula, ya por costumbre. Sin embargo, la flecha quedó de pronto fija hacia el sur. Jack se estremeció al caer de cuenta, miró a dicha dirección y divisó a la tripulación de marinos de la taberna que se dirigía al navío atracado a unos cuantos metros de la hamaca de Jack.

Éste se sorprendió al entender qué era lo que más deseaba. Bajó su sombrero para fingir que dormía, sin despegar su ojo izquierdo de la multitud. El anciano no se encontraba entre ellos, por lo que decidió esperar si aparecía nuevamente entre las sombras. La tripulación de “El Trébol Rojo” se aprestaba a subir las provisiones al barco. Su capitán era un hombre pequeño y algo calvo, muy sucio y maloliente. Sus ojos negros, casi desprovistos de cejas supervisaban la labor de sus empleados.

Jack prefirió no moverse, más bien ladeó su cabeza para observar al pequeño capitán, quién se movía de un lado a otro dando instrucciones a gritos. De pronto, el mismo borracho anciano apareció a la derecha de Jack, sin que éste se percatase de aquello. Al pasar a su lado, le dio unas palmaditas en su cabeza y se dirigió hacia el pequeño capitán, después que ninguno de los tripulantes estuviese cerca.

Jack alzó su cabeza y notó que el anciano se acercaba al capitán, así como queriéndole susurrar algo al oído. Y, tan rápidamente como el soplo de una brisa, el capitán se desdobló y tomó la forma del anciano borracho; el mismo que le había hablado a Jack en la taberna Tamler. Sparrow pestañeó varias veces sin poder creer lo que estaba observando y se levantó de su hamaca algo asustado.

El pequeño capitán se hallaba de pie, mirando el cuerpo del anciano que yacía a sus pies. Luego alzó la mirada hacia Jack y le llamó con la mano. Sparrow miró hacia los lados con rapidez y duda, cuestionándose si el hombre se dirigiría, tal vez, a alguien más. Al caer en cuenta de la indecisión de Jack por aceptar el llamado, el capitán optó por llamarle a viva voz.

- ¡Jack Sparrow! – gritó con una voz profunda y grave, totalmente diferente a la que era acreedor hace unas horas, cuando su cuerpo estaba corrugado y prestaba más altura.

Jack abrió los ojos como platos y se vio caminando sigilosa y desconfiadamente hacia el pequeño individuo. Al llegar, manteniendo su distancia, Jack no pronunció palabra. El capitán, en cambio, le sonrió para luego propinarle una patada al anciano en su estómago. Debido a su estado inconciente, éste sólo se movió producto del golpe y Jack puso distinguir un balbuceo incoherente y acorde a la vez con la embriaguez comatosa que lo aquejaba.

- ¿Sorprendido? – preguntó el hombre a Jack – Y yo que pensaba que nada más le podría sorprender, capitán Sparrow.

El pequeño capitán sonreía con satisfacción al contemplar la obvia sorpresa de Jack, aunque, éste intentara ocultarla. Y sin duda estaba sorprendido, pero a Jack Sparrow no le gustaba verse desprevenido, ni menos ser utilizado.

- Para nada, gentil corsario. Sólo contemplaba las vicisitudes y desgracias de un pobre anciano al que sus aventuras lo llevan por el mal camino… - se defendió Jack, acortando la distancia que lo separaba del capitán.

- Ya le conseguí un barco – interrumpió el capitán de pronto – Llévame a ella, seguramente encontrarás más de lo que esperas…

- Un barco lleno de ratas no me tienta, pequeñín – argumentó Jack, seguro de sí mismo – Aunque sí me serviría para propósitos más nobles y reales, distintos a los suyos, desde luego – expresó solemnemente haciendo una reverencia algo burlesca.

- Un barco es todo lo que necesitas. Yo necesito un capitán. – sentenció el pequeño.

Jack se quedó reflexionando esas últimas palabras. Si la brújula comenzaba nuevamente a funcionar, sus propósitos ya no parecían tan lejanos. Después de todo, le entregaban un navío con una tripulación en bandeja y a su merced. Con cautela, todo saldría a pedir de boca; aún así no se confiaría después de lo que acaba de presenciar.

Antes que el capitán se expresare nuevamente, Jack se aprestó a correr hacia la escotilla del Trébol Rojo; se subió a una tarima y silbó a todo pulmón, captando de inmediato la atención de todos los tripulantes.

- ¡Caballeros! El capitán…. Hem… - dirigió una mirada de auxilio al capitán.

- “Cangrejo” – le susurró éste.

- Hem…. ¡si! – se corrigió, sin poder evitar emitir ciertos balbuceos tras su breve confusión – El señor Cangrejo me ha cedido el comando de la nave.

La tripulación entera le dirigió una mirada inquisitoria a Cangrejo, el cual la devolvió de manera categórica afirmando los dichos de Sparrow.

- Nos dirigiremos a nuestro destino, entonces… ¡Leven anclas! ¡Icen la bandera y las velas!... Ustedes… - encomendó a dos tripulantes que se hallaban casualmente a su lado - … preparen mi camarote: cuatro botellas de Ron con la cena, ¡Vamos!

Cangrejo se subió al barco satisfecho, y Jack lo miró sonriendo. Al fin volvería al mar… y con nave propia

viernes, 12 de junio de 2009

PoTC - Capítulo 2: Niebla y Seducción

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Un barco de velas negras se alza en el corazón mismo de la noche. Sus luces están apagadas y su marcha es lenta. La tripulación duerme tras el agotador y monótono día que les antecedió. El capitán Barbossa parecía cansado de esperar, semanas sin ver a su mascota, el pequeño mono Jack, la respuesta ya parecía perdida.

Uno de los tripulantes quiebra la fingida paz en el camarote del Capitán.

- Capitán, los demás tripulantes nos preguntamos si ya tiene noticias… - preguntó tímidamente el maestre Ragetti, sin mirar a Barbossa a los ojos, intuyendo correctamente la manera ilusoria en que formulaba su pregunta.

- Pues aquí me tienes, apresurado por dárselas, ¡Idiota! – respondió Barbossa, hastiado.

- Si, mi capitán. – espetó Ragetti para luego retirarse del camarote de Barbossa.

El capitán Barbossa en efecto estaba hastiado, pero le abundaba un miedo descomunal. La hermandad ya casi había desaparecido, y no estaba seguro ni en tierra ni en el mar. Pensó en su última esperanza, pero debería sacrificarse para conseguir una mísera señal, cosa que no haría por anda del mundo.
Pensó en la última vez que había visto a Jack Sparrow, y se quedó por su descuido con las cartas de navegación… ya no habría forma de encontrar el Agua de Vida. Alguien más la estaría disfrutando y su astucia al quitarle el Perla a Jack no bastó para adelantársele. Él tenía la carta y su brújula.

Aún así, se consoló al reflexionar acerca del destino de la fuente de la juventud eterna. Si Jack la hubiese encontrado, la noticia se expandiría por todos los rincones del océano; Jack no se hubiese guardado el secreto para sí sólo, y ya hubiese perdido el Perla y él ya estaría en los dominios del otro mundo por su insurrección…

Barbossa subió a cubierta y se dirigió a la proa en busca de respuestas. El mar estaba desierto y oscuro. De pronto Jack, su mascota se dirigió rápidamente hacia su amo para posarse en su hombro. Barbossa se alegró y le acarició su pequeña cabeza. Revisó entre sus diminutas ropas por si encontraba algún vestigio de esperanza escrito en un pedazo de pergamino. No había nada.

Una brisa helada se hizo sentir en el malogrado rostro del Capitán Barbossa. Éste temió voltearse y permaneció quieto mirando hacia el frente.

- ¿Pretendes encontrarme o esconderte de mi, Barbossa? – preguntó una seductora voz al capitán.

- No sabría decirte, me conformo con que el rumor sea cierto – susurró Barbossa.

- Usted no tiene lo que quiero, capitán. Sólo uno puede dármelo. – expresó la voz.

- Es cierto… es como si el mar hablara – dijo resignado.

- ¿Y eso te gusta verdad? – preguntó aún más seductoramente, esta vez posando su mano en el hombro de Barbossa.

El capitán del Perla Negra no se atrevía a voltear ya que encontraría su perdición al contemplar al mundo entero en dicha persona. Lo perdería todo, pero ganaría segundos de gloria; era difícil resistir.


- No quiero mucho de ti, Barbossa. Sólo lo que me puedas entregar. – sedujo la prominente voz.

- No te lo puedo entregar… - explicó Barbossa, casi disculpándose – las cosas se dieron así y no por obra mía. Ahora me explico todo… ¿qué me darías a cambio si….?

- Lo que quieres no te lo puedo dar, mi querido Barbossa – interrumpió la voz, cuya mano acariciaba la barba del capitán – no puedes darme nada a cambio. Ni el Perla lo vale.

- Pero te sería útil… - se defendió Barbossa.


La presencia tras el capitán se rió. La armonía de su pequeña carcajada era una canción de cuna para los seres marinos que descansaban en el fondo del mar.

- Nada más que carnada, Barbossa…

El capitán se vio envuelto en una niebla cálida y sus labios se perdieron con una calidez inexplicable… era el mar y el mundo entero a la vez, lo que esperaba con ansias y temía más que a la muerte que por todos los medios esquivó.

PoTC - Capítulo 1: Locuras Lógicas

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El mar llama a sus corsarios para distintas batallas. Para él el tiempo es libre e infinito. Tras diez años sin el Perla Negra, Jack Sparrow esta verdad no le era indiferente. Diez años sin grandes aventuras, sin terminar su más grande búsqueda…

Los rumores acerca del fin de la piratería se acrecentaban en el puerto de Tortuga. Sus habitantes parecían cada vez más insertos en una cotidianeidad aletargada; el ajetreo y las parrandas ya no eran pan de cada día, aunque aún conservaba su cualidad de ser uno de los únicos puertos de piratas libres a lo largo del Caribe.

A Jack Sparrow ya le quedaban pocas esperanzas. Con la reciente muerte de su contramaestre Gibbs, sus anhelos de encontrar el Perla eran inverosímiles. Aunque era un sobreviviente como pocos, el paso del tiempo no le era ajeno y la desesperación no pretendía divorciarse de la creciente resignación, muy desconocida para un pirata como él.



Solo, en la taberna Tomler, veía cómo un grupo de despojos humanos hacían fila para ser parte de una expedición en busca de los tesoros perdidos de la Isla de la Muerte, leyenda que cobró vida nuevamente tras los hallazgos y muerte de un pelotón de soldados de la corona cerca de la localidad donde se encontraba el tesoro; desaparecido hace años por un devastador huracán. Sin embargo, ni ese monumental desafío tentaba a Jack, acompañado por una botella de Ron y sus inseparables efectos personales.



De pronto, un anciano borracho surge de las sombras y se acerca a Jack, tomando asiento en su mesa. Éste, impertérrito, realiza un ademán de alejar su botella de tal individuo desconocido.


- El ilustre y solitario Jack Sparrow – saludó con dificultad el anciano.


- El ilustre y solitario “Capitán” Jack Sparrow – corrigió Jack – ¿Qué?, ¿muy atareado para unirte a la tripulación en busca de la nada? – preguntó.


- No soy tonto, ¿sabes? – respondió el anciano – le dejo esa tarea a los soñadores, ya nada más puedo desear que inspire mis ambiciones, y presiento que le ocurre lo mismo a usted, “Capitán”, jajaja.

Jack sonrió, sarcástico.


- Nada más que hacer… lo que buscan yo ya lo tuve.


De improviso, Jack divisó a una de las señoritas que atienden a los fervientes clientes. Ella notó a Jack entre la multitud, y el capitán se apresuró a beber lo quedaba en su botella de manera nerviosa.


- Disculpe mi poca amabilidad, pero necesitaba la copa más que usted… - explicó poniéndose rápidamente de pie. Tan pronto lo hizo, el anciano agarró fuertemente el brazo derecho de Jack.


- Si me llevas a ella, te daré un barco… - expresó el anciano de manera categórica, mirando los ojos de Jack, algo nerviosos y espantados ante tal requerimiento.


- Promesas de un hombre borracho… ni yo cumpliría lo que prometo, jovenzuelo – respondió Jack, con cierto dejo de asco apartando la mano del anciano de su brazo.


- No busco oro ni gloria, Sparrow. La busco a ella. Me lo debe. Tengo que encontrarla.


Jack miró a la mujer con preocupación, ésta lo observaba con enojo y se dirigía hacia él.


- Tal vez ella pueda hacer algo para encontrarla a “ella”…


Y sin terminar la frase, Jack huyó de la taberna sin siquiera mirar al anciano que ya se caía de borracho encima de la mesa. Una vez fuera, Jack revisó su brújula; la cual, como hace bastante tiempo, no apuntaba a ninguna dirección.

 

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